Veinte años han pasado desde que la Organización Mundial de la Salud eliminó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales, todos esperaban un cambio radical: para bien o para mal, pero al fin un cambio. Las espectativas giraban en torno a detener el índice de personas infectadas por el virus de VIH así como erradicar la discriminación a esta comunidad, sin embargo el daño ya estaba hecho y los esfuerzos no han dado el fruto esperado.
En México la lucha contra la homofobia no parece avanzar mucho y aún en nuestros días suceden crímenes de esta índole, ocupando México el 2° lugar de los países con más casos por este delito.
¿Será que la sociedad mexicana está preparada verdaderamente para dar un giro y aceptar abiertamente una relación lesbico-gay?, o ¿no será más bien que presumimos de ser una sociedad que no discrimina y que tolera y respeta las preferencias sexuales del otro sólo por moda, es decir, porque no discriminar es lo de hoy?
Si bien es cierto que atrás de estas actitudes de rechazo hay un miedo e inconformidad porque estas personas no cumplen con el rol de género señalado por la sociedad, lo cual modifica la estructura marcada por ella misma; además de que una "familia" sin hijos no conviene a un sistema donde el consumismo es su principal eje de supervivencia.
¿Estará aquí el verdadero origen de la iniciativa (ya aprobada en el DF) de legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo y la adopción de niños por estas parejas?
Lo que resulta claro es que se necesita algo más que leyes y decretos de días contra la homofobia para lograr una convivencia libre de discriminación y críticas a las personas con distinta preferencia sexual a la tuya o a la mía.
Y mientras ese día llega, un voto a favor por los derechos de las personas homosexuales cuando no caen en libertinaje y promiscuidad y llevan una vida digna y en pro de la sociedad.